En el complejo tablero de la geopolítica, el delicado equilibrio de las negociaciones entre Estados Unidos y China ha sido la carta de triunfo de Pekín. China se ha sentido dueña de la partida, evadiendo sistemáticamente los temas más sensibles de su política interna: derechos humanos, su relación con Rusia o el papel del bloque BRICS.
La posesión de las tierras raras, esos minerales vitales para la tecnología moderna, se había percibido como un as bajo la manga para China, una ventaja inesperada que la administración Trump, en sus reuniones iniciales de 2025, pareció interpretar apresuradamente como una debilidad. Si bien en el momento no había señales de un conflicto abierto, el verdadero detonante inesperado ha sido la India, ahora más cercana a China.
Sin embargo, el último movimiento de la administración Trump podría cambiarlo todo. El reciente llamado a los aliados del G7 para imponer aranceles masivos a China e India por sus compras de petróleo ruso no es un simple ajuste de cuentas; es un intento de redefinir las reglas del juego. Washington está escalando la presión, no solo por Ucrania, sino para forzar a China a la mesa de negociaciones y abordar los temas que siempre ha querido evitar.
Si el G7 se alinea con este enfoque, Pekín podría enfrentarse a una avalancha de eventos y reacciones inesperadas, y el equilibrio que tanto ha mantenido podría romperse. Ya no se trataría solo de una guerra comercial, sino de un choque de intereses estratégicos que pondría a prueba la resiliencia de la segunda economía del mundo.
El dilema de los aliados: entre la lealtad y el interés propio
El llamado de Donald Trump al G7 coloca a los principales socios comerciales de EE. UU. en una posición incómoda. La Unión Europea y Canadá, que han buscado fervientemente diversificar sus economías y reducir su dependencia de Washington, se enfrentan a una difícil elección. Como hemos visto en noticias recientes, la UE está intentando consolidar un acuerdo comercial con la India, y la última cosa que necesita es una guerra arancelaria que podría desencadenar represalias y desestabilizar el comercio global.
Por su parte, la administración Trump parece haber encontrado en este conflicto una vía para replantear su estrategia comercial con China. Al vincular los aranceles al petróleo ruso, la Casa Blanca no solo busca presionar a Moscú, sino que también crea un precedente que podría aplicarse a otras áreas de la economía global.
México, Brasil y el futuro de América Latina
Este escenario de alta tensión no solo afecta a las grandes potencias. En América Latina, países como México y Brasil deben recalibrar su relación con EE. UU. y definir su propio destino.
Como hemos analizado, México, con una dependencia comercial del 70% de Estados Unidos, se encuentra en una situación delicada. A pesar de los esfuerzos por negociar y evitar represalias, su estrecha relación económica lo hace vulnerable a los cambios de política de Washington.
Brasil, en cambio, parece haber seguido una estrategia diferente. Al igual que China, con una dependencia de EE. UU. de solo el 12% en su comercio exterior, está fortaleciendo sus lazos con el bloque BRICS y buscando acuerdos con Europa y Japón. Este enfoque estratégico le da a Brasil una flexibilidad que otros países, como México, no tienen.
El mundo está cambiando a una velocidad vertiginosa, y los viejos paradigmas de la globalización están siendo desafiados. Los países se ven obligados a tomar decisiones estratégicas que definirán su futuro en una era de incertidumbre y tensiones geopolíticas. Y en este juego de ajedrez global, la administración Trump parece haber movido una pieza que podría cambiar el rumbo de la partida para todos.
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